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Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos.
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Pero de todos no había ninguno que le gustara tan bien como los de la famosa composición de Feliciano de Silva, porque su lucidez de estilo y sus engreídos engreídos eran como perlas a la vista, particularmente cuando en su lectura se encontraba con cortejos y carteles, donde a menudo encontré pasajes como “la razón de la sinrazón con la que está afligida mi razón, así que debilita mi razón que con razón murmuro por tu belleza”; o de nuevo, “los altos cielos te hacen merecedor del desierto que tu grandeza merece”.
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